"Versiones del propio cuerpo", por M.S. Dansey

Es posible que al visitante se le revuelvan las tripas. Pero la cosa no va a quedar ahí. El cuerpo, que siempre tiende al desbande, también busca su equilibrio.

Estamos ante tres artistas que representan el cuerpo, el cuerpo humano como elemento y como metáfora de la existencia. No el cuerpo del otro, el que se modela desde la mirada, sino el cuerpo propio, su percepción interior, el que sentimos con los ojos cerrados. El énfasis está puesto en lo visceral, pero insisto, no esperen los músculos desgarrados de –ya que hablamos de filiaciones– Carlos Distéfano, Norberto Gómez o Alberto Heredia; ni tampoco la turgencia de las ramonas de Antonio Berni ni la fibra de los chongos de Pablo Suárez. Este es un cuerpo primigenio, digamos pre-verbal. Es la pulsión de la carne, la del embrión, la del cáncer, que al fin de cuentas terminará constituyendo algún tipo consciencia, el intelecto que por cierto es cada vez más determinante en construcción biológica de la humanidad. Pero no nos vayamos tan lejos.

La obra de Renart opera en el campo teórico, lo suyo es un manifiesto que avanza sin frenos a través de los límites disciplinarios. El Bio-cosmos Nº1, de 1962, surge como un dibujo –acaso un pubis, el origen del mundo– que deviene pintura y desde el plano matérico salta al espacio, apoya sus garras en la sala, otea el panorama y va por más. Su irrupción es fundamental en la historia del arte argentino. El artista se pregunta hasta dónde puede llegar una obra de arte y su criatura discurre autónoma, a la deriva, y llega a la teoría desde la experiencia pura. Sin devaneos ni especulación.

Como Renart, las piezas de Harte están a mitad de camino entre la pintura y escultura. Esculturas de pared, pinturas que se elevan desde el piso; lo suyo claramente es el volumen, la representación de un cuerpo degenerado que alcanza momentos de goce maravilloso y por supuesto, de absoluto horror. Acaso hay algo más tenebroso que el ano, la boca de esa serpiente abisal que es el tracto digestivo. Les advertimos que esto podía ser repugnante. Y lo es. Harte nos enfrenta al vértigo de un cuerpo exuberante, sin control ni censura. Alude a lo material, no tanto por la materia que utiliza –esto es resina poliéster con fibra de vidrio y masilla camuflada con pintura bicapa– sino, en todo caso, por el fluir, la transformación constante de la materia. Por eso la representación en Harte, que es clara, es también relativa cuando la resina tan presta a la mímesis policromada, se muestra como es, translúcida y divina. También están los insectos, reales, la menos animal de las encarnaciones animales, que también se expresan en su corporeidad al mismo tiempo que cumplen con su rol interpretativo en una ficción que los confunde con perlas y con hadas.

Harte no renuncia a la narración, ese estigma de la obra de arte contemporánea. Aún cuando el curador Gustavo Marrone haya elegido sus piezas más abstractas, en el recorte todavía se ven los resabios de esa obra temprana que alude al pop, al comic, la ciencia ficción y porqué no al surrealismo –Fermín Eguía podría ser otro de sus padres– Sí, una catarata de referencias, quizás demasiadas, es que en eso, Harte, como Renart, es escurridizo y exuberante.  

Furtado, sin dudas, es la más sosegada de los tres pero no por eso menos intensa. Sus esculturas, que conservan el placer pictórico del color y la luminosidad, no llegan a definir una forma, son apenas insinuaciones. La misma pulsión errática de sus antecesores pero en un tiempo más calmo. Definitivamente abstractas, sus protoformas permiten que el material asuma vida propia. La materia como entidad, negada a toda interpretación, a toda palabra. Pero bueno, el material habla por si solo, es inevitable. Las piezas cuentan su origen constructivo, su transcurrir por el mundo, su historia. Tienen las huellas de las mano que las moldearon, están quebradas, cachadas. A diferencia de las obras que la acompañan, que un día por determinación del autor estuvieron listas, firmadas, acabadas; las piezas de Furtado siguen inconclusas y nunca habrán finalizado. Seguramente de esta sala se llevaran sus rasguñones y seguirán siendo ellas. Y por supuesto, otras.  

Es por esta actitud esquiva, de transformación contante, que el trabajo de Marrone se vuelve relevante. Hay una descendencia natural que como sucede en estos casos fue buscada. Harte reconoce a Renart como una de sus influencias. Furtado concurrió al taller de Harte. Sin embargo, a producción de cada uno de estos artistas exige una serie de lecturas e interpretaciones amplia y variada. Aquí no hay prueba de ADN que valga. Muchas veces por capricho uno quiere producir una filiación, ponerle un nombre, tranzar la línea histórica. No se soporta el silencio. Nombrar es la urgencia humana. Y Marrone lo hace con tacto, sin violentar la polisemia que estos cuerpos proclaman.

La filiación se ejerce entonces desde un doble comando que alterna entre la gratitud y la independencia. Uno mata al padre al mismo tiempo que lo hereda. Es el ejemplo de  Renart cuando adscribe al informalismo, es decir rompe con lo anterior y se libra al devenir de las cosas pero termina proponiendo un arte integral que es la conclusión de todo. Si le preguntan quién sos, Renart, Harte, Furtado no dicen, responden con el cuerpo.