“Protoforme”, por Alejo Ponce de León

Algunas vidrierías especializadas en servicios de blindaje ponen a disposición del cliente muestras de material puro. No hablo de prototipos de coraza para autos y viviendas sino de una especie de masa increíblemente sólida e irregular: un meteorito enano de vidrio. La faz de estas muestras generalmente está recorrida por largas fisuras y descascaramientos; bajo su superficie, miles de astillas quietas, como insectos preservados en ámbar. Estas marcas son producto de las pruebas de resistencia a las que el vidrio es sometido, el registro de un control de calidad que seguramente consista en tareas tan entretenidas como tirarlo al vacío desde grandes alturas o darle con una masa. Con esto, los vendedores se proponen develarle a sus clientes el corazón elemental del producto que se comercializa, la fiabilidad del material y su capacidad de cumplir siempre con el propósito para el cual fue diseñado, que es, en este caso, sostener la ilusión de que nadie te va a poder pegar un tiro.

 

Las esculturas que pueden verse en Protoforme  son también muestras de materia pura, pero es difícil imaginar en qué sentidos podrían llegar a resultar fiables. Materialmente, no sirven para hablar del amplio potencial práctico de la resina. Como representación, habría que poner demasiado esfuerzo en intentar definir la idea que intentan representar; de hecho aparecen como formas literales, auto-evidentes, desprovistas de la suficiencia para representar algo más. Como ejercicios en arte contemporáneo, se posicionan al margen de las tendencias más corrientes. Lo aparentemente invariable de su aspecto también se puede cuestionar: tienen la facultad de renovar sus detalles de manera autónoma, de alterar sus texturas y reordenar sus superficies en cualquier momento. Al final, la única certidumbre que pueden provocar termina tomando la forma de una exigencia: la de obligar al espectador a alinearse con su propia presencia corporal, a sincronizarseEl trabajo de Furtado trata de revocar la brecha entre cuerpo y mente a través de una propuesta de visión cinestésica; una visión que nazca del movimiento, algo así como una concentración táctil.

 

En Protoforme, la artista no trabaja por la creación de una situación ambiental, es decir, no se interesa en estipular las condiciones del aparato expositivo. No media entre sus esculturas y el espacio ni controla las incidencias lumínicas. Las entrega directamente al baldío congelado de la sala como si recién las hubiera traído al mundo, las deja que se arreglen solas para que cambien y se adapten. Precisamente, por tratarse de un entorno no controlado por pautas conceptuales, la circunstancia en la que uno se enfrenta a estos cuerpos se profundiza, al mismo tiempo que se agrava en el espectador la necesidad, no sólo de relacionarse con ellos, sino de actualizar constantemente los términos bajo los cuales esa relación de desarrolla. Uno puede ver a los cuerpos desde acá, por ejemplo, y obtener determinado resultado. Inmediatamente va a sentir el impulso de verlos desde más allá, desde un poco más lejos, o de rozarlos con la palma de la mano para sentir sus zonas ásperas y sus áreas lisas. Uno va a querer acercarse lo más que pueda para conseguir a través de la aproximación física que la miríada de singularidades que recorren la cara exterior de estos trabajos se siga ensanchando.

 

Hay un grupo de minerales llamados granates, de los que existen especies virtualmente de cada color. Se pueden encontrar granates verdes, negros, naranjas, amarillos, violetas o rosas. Algunos granates, como el recientemente descubierto granate azul, presentan una anomalía: cierta particularidad en su composición química los hace cambiar de color cuando son expuestos a distintos tipos de luz. Bajo un haz de luz natural, el rango cromático de estos granates va desde el azul a un color castaño, pasando por el gris, el marrón y varias tonalidades de verde. Si se los expone a la luz blanca de una lámpara LED, se ponen rosáceos. Son inertes, pero reaccionan casi como organismos vivos cuando se los estimula de determinada manera. Esta potencialidad biológica está también presente en las obras de Protoforme . Un periodo prolongado de contacto con estas piezas puede llevar a pensar en distintos procesos orgánicos, sean regulados o inconscientes. Pensar en el avance lento de la tonificación de los músculos, por ejemplo, o en los tejidos esponjosos que se hinchan al ser irrigados por la sangre. En la aparición de manchas en la piel, la secreción involuntaria de fluidos, en el rubor. Esta misma potencialidad biológica da ganas de imaginar cómo van a ser las esculturas de Protoforme dentro de algún tiempo. No en cinco años, de pie en el living de algún coleccionista u ocultas en el depósito de alguna galería. Tampoco dentro de cien, cuando el coleccionista se haya muerto, cuando cualquiera que pueda leer esto se haya muerto también y las galerías sean un momento histórico superado. Yo digo en seiscientos, en mil años, en un millón, cuando no haya nadie para relacionarse con ellas y cuando el cambio imposiblemente gradual que trabaja en todo momento sobre sus cuerpos las haya convertido en algo más, en otra cosa, inidentificable.